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A Nueva York con bebé - Día 7 y 8: Downtown y Museo de Historia Natural

A Nueva York con bebé - Día 7 y 8: Downtown y Museo de Historia Natural
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Autor ToniEscuder - Fecha de creación

Nuestro viaje estaba llegando a su fin y, en menos de 48 horas, estaríamos de regreso a nuestro país. Decidimos dedicar nuestro último día completo al Downtown, también conocido como Lower Manhattan, el punto más al sur de la isla y el lugar donde nació la ciudad de Nueva York. Esta zona es un fascinante contraste entre historia y modernidad, donde rascacielos futuristas se alzan junto a calles que datan de la época colonial. Además, es uno de los distritos más dinámicos de la ciudad, con una energía única que surge de la convivencia entre turistas, empresarios y residentes, todos inmersos en el ritmo vibrante de Nueva York.

Tomamos la línea E de metro y bajamos en World Trade Center, que conecta con The Oculus, la impresionante terminal de transporte diseñada por el valenciano Santiago Calatrava, que también alberga un centro comercial con tiendas y restaurantes. Inaugurado en 2016 como parte de la reconstrucción del World Trade Center tras los atentados del 11S, su diseño futurista representa una paloma alzando el vuelo desde las manos de un niño, simbolizando así la libertad y la renovación. Construido en acero y vidrio, cuenta con un techo con aberturas que permiten la entrada de luz natural, creando un efecto espectacular en el interior, especialmente cada 11 de septiembre, cuando un rayo de luz se alinea con la estructura en homenaje a las víctimas.

The Oculus
The Oculus

Por un momento, nos dio la sensación de estar en Valencia; desde luego, la arquitectura de Calatrava es inconfundible, y no parábamos de compararla con la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Aunque, al igual que sucedió allí y en otros tantos lugares, su obra no está exenta de polémica: inicialmente, el proyecto tenía un presupuesto de 2.000 millones de dólares, pero debido a sobrecostes y modificaciones, el coste final ascendió a 4.000 millones de dólares, convirtiéndolo en la estación de tren más cara del mundo. A esto hay que sumarle los siete años de retraso en su inauguración oficial, lo que generó numerosas críticas. Sin embargo, hoy en día sigue siendo un símbolo de la resiliencia y la modernidad de Nueva York.

En las inmediaciones de The Oculus, nos encontramos con una exposición al aire libre llamada Wild Couch Party and Friends, creada por la pareja de artistas Gillie y Marc Schattner, que estará disponible hasta finales de mayo de 2025. La obra representa a doce de los animales más amenazados del mundo compartiendo alegremente café, té, pasteles o frutas, invitando a los visitantes a sentarse con ellos y formar parte de la escena. Más allá de su carácter interactivo, la instalación busca generar conciencia sobre la conservación de estas especies en peligro. A nuestro peque le pareció muy divertida, especialmente cuando reconocía algunos de los animales representados o intentaba quitarles la comida.

Exposición Wild Couch Party and Friends
Exposición Wild Couch Party and Friends

Dimos la vuelta al completo a The Oculus, la iglesia de St. Paul se encuentra cruzando Church St. Este templo, que tiene un pequeño cementerio delante con lápidas del siglo XVIII, vivió uno de sus momentos más conmovedores en su historia reciente tras los atentados del 11S. A pesar de su cercanía a las Torres Gemelas, la iglesia permaneció intacta, sin daños estructurales, lo que muchos consideraron un milagro. Durante meses, sirvió como centro de apoyo para los equipos de rescate, ofreciendo comida, descanso y consuelo a los trabajadores de emergencia.

Frente a la iglesia, con One World Trade Center como telón de fondo, se encuentra una serie de murales llamativos, algunos de ellos creados por el reconocido artista Eduardo Kobra. Este espacio, que actualmente aporta color y arte urbano a la zona, está destinado a albergar en el futuro el rascacielos Two World Trade Center, completando el nuevo complejo del World Trade Center. Continuamos nuestro paseo hasta llegar al lugar donde alguna vez se alzaron las Torres Gemelas, hoy transformado en el Memorial del 11S.

Diseñado por el arquitecto Michael Arad y el paisajista Peter Walker e inaugurado en 2011, en el décimo aniversario de los atentados, el Memorial está compuesto por dos enormes piscinas situadas en la huella de las torres originales. El agua fluye constantemente hacia el interior, creando un efecto visual profundo que simboliza la ausencia y el recuerdo. Alrededor de las piscinas, placas de bronce llevan grabados los nombres de las más de 3.000 víctimas de aquel trágico día.

Memorial 11S
Memorial 11S

En los jardines que rodean el Memorial, destaca un árbol muy especial: el Survivor Tree. Este peral de Callery fue hallado entre los escombros tras los atentados, gravemente dañado pero aún con vida. Tras ser rescatado y rehabilitado, fue replantado en el Memorial como símbolo de resistencia y esperanza.

Junto al Memorial se encuentra el Museo del 11S, que alberga una impactante colección de artefactos, imágenes y testimonios sobre los eventos de aquel día. Decidimos no entrar en esta ocasión, pero para quienes quieran visitarlo, las entradas pueden adquirirse en www.911memorial.org, con un precio general de 36 dólares para adultos.

Pero no solo el peral logró sobrevivir. En Liberty Park, un pequeño parque elevado con vistas al Memorial que se inauguró en 2016, se encuentra The Sphere, una escultura de bronce creada por Fritz Koenig que originalmente estaba ubicada entre las Torres Gemelas. La obra sufrió daños en los atentados, pero fue restaurada y reubicada en el parque en 2017.

Situado en la parte sur del Memorial, Liberty Park ofrece también unas vistas privilegiadas de One World Trade Center, el edificio más alto de Estados Unidos y el séptimo más alto del mundo. Diseñado por David Childs e inaugurado en 2014, su imponente altura de 541 metros (1.776 pies) no es casualidad, sino un guiño al año de la independencia de Estados Unidos, reforzando su significado patriótico. Su estructura de vidrio refleja el cielo, creando una sensación de fusión con el horizonte, y en las plantas superiores alberga un mirador con vistas panorámicas de la ciudad.

Otro elemento destacado de Liberty Park es la Iglesia Ortodoxa de San Nicolás, reconstruida y diseñada también por Santiago Calatrava tras haber sido destruida en los atentados.

Liberty Park
Liberty Park

Cruzando West Street, se encuentra Brookfield Place, un centro comercial llamativo que combina tiendas de lujo con un espectacular vestíbulo de techos altos, iluminado por luz natural y decorado con palmeras reales, ofreciendo además unas vistas privilegiadas al río Hudson. En la planta superior se encuentra un food hall con una gran variedad de opciones gastronómicas. Nuestra idea era comer allí, pero coincidimos con la hora de descanso de los trabajadores de la zona, y el lugar se convirtió en un auténtico desfile de personas trajeadas avanzando en masa hacia los distintos puestos, formando largas colas. Finalmente, decidimos cambiar de planes y terminamos en un Whole Foods Market, ya en el barrio de Tribeca.

Brookfield Place
Brookfield Place

Salimos a Broadway y nos dirigimos hacia el sur. Por el camino, pasamos por Trinity Church, ubicada en la intersección con Wall Street. El edificio actual, de estilo neogótico, fue inaugurado en 1846, siendo el tercer templo construido en ese mismo lugar, ya que los anteriores fueron destruidos, el primero en el Gran Incendio de Nueva York de 1776 y el segundo a causa de una tormenta de nieve. Su diseño estuvo a cargo del arquitecto Richard Upjohn, quien creó una estructura imponente con una alta torre de 86 metros, que en su momento fue el edificio más alto de Nueva York. En los jardines de la iglesia se encuentra un antiguo cementerio, donde descansan figuras clave de la historia estadounidense, como Alexander Hamilton, uno de los Padres Fundadores y primer secretario del Tesoro de EE.UU.

Y así llegamos a Bowling Green, el parque más antiguo de Nueva York, situado justo donde comienza Broadway. A un lado del parque se encuentra el Museo Nacional del Indio Americano, y al otro, uno de los monumentos más icónicos y peculiares de la ciudad: el Toro de Wall Street.

Os pongo en contexto sobre este monumento. Nueva York, 15 de diciembre de 1989. En medio de una crisis bursátil que había comenzado en 1987, el escultor Arturo Di Modica decidió invertir todos sus ahorros, alrededor de 300.000 euros, para crear una escultura de bronce de 3.200 kilos. Con esfuerzo, cargó la imponente pieza en una furgoneta y, sin permiso, la colocó frente a la Bolsa de Nueva York como un regalo de Navidad para la ciudad. La escultura, con sus patas delanteras flexionadas y la cabeza ligeramente inclinada, transmite la sensación de estar a punto de embestir, convirtiéndose rápidamente en un símbolo de fuerza y determinación, representando el espíritu combativo del pueblo estadounidense frente a los poderes financieros.

Sin embargo, el acto no pasó desapercibido. La policía retiró la escultura poco después de su instalación, pero la presión popular fue tan grande que las autoridades de Nueva York no tuvieron más remedio que reinstalarla, esta vez en la plaza Bowling Green.

Hoy en día, el famoso Toro de Wall Street es una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. Cada día, innumerables visitantes hacen fila para tomarse una foto con este símbolo del distrito financiero. La tradición dice que frotar sus grandes testículos trae buena suerte, así que, por si acaso, nosotros también lo hicimos tras aguardar una considerable cola.

El Toro de Wall Street
El Toro de Wall Street

Retrocedimos un poco para adentrarnos en Wall Street y visitar el Federal Hall, el histórico edificio donde George Washington juró su cargo como primer presidente de los EE.UU., así como la Bolsa de Nueva York. Frente a este último, nos encontramos con otro monumento peculiar: La Niña Sin Miedo.

Creada por la artista Kristen Visbal, fue instalada el 7 de marzo de 2017, justo antes del Día Internacional de la Mujer, y en un principio se ubicó frente al Toro de Wall Street. Con una pose desafiante, manos en la cintura y la mirada firme, la escultura fue encargada por la firma de inversiones State Street Global Advisors como parte de una campaña para promover la presencia de mujeres en puestos de liderazgo empresarial.

Su impacto fue inmediato, pero también desató debates. Algunos consideraban que complementaba el mensaje del toro, representando la lucha contra los desafíos financieros, mientras que otros, incluido el creador del Toro de Wall Street, Arturo Di Modica, la veían como una intervención que alteraba el significado original de su escultura. Debido a esta controversia, en 2018, la Niña Sin Miedo fue trasladada frente a la Bolsa de Nueva York, donde sigue siendo un símbolo del empoderamiento femenino.

Por alguna razón, la Niña Sin Miedo le pareció muy graciosa a nuestro peque que no se quería separar de ella. A saber en cuantas fotos de turistas se coló aquel día.

La Niña Sin Miedo
La Niña Sin Miedo

Seguimos nuestro paseo por Downtown y entramos en Conwell Coffee Hall, una curiosa cafetería ubicada en el antiguo edificio del Canadian Bank of Commerce. A día de hoy, todavía conserva muchos de sus elementos originales, como su elegante decoración art déco, puertas giratorias, columnas de mármol e incluso las antiguas ventanillas, que ahora funcionan como barra.

Junto a este edificio se encuentra Delmonico's, uno de los primeros restaurantes de la ciudad y todo un referente en la historia gastronómica de Nueva York. Muy cerca, se encuentra Stone Street, una de las calles más antiguas de la ciudad y la primera en ser adoquinada. Con su encanto histórico y edificios de ladrillo, esta calle peatonal se ha convertido en un popular destino gastronómico, repleto de bares y restaurantes con terrazas que crean un ambiente muy animado.

Stone Street
Stone Street

Para terminar, nos dirigimos a Mercer Labs, un espacio inmersivo que combina arte, tecnología y sensaciones en una experiencia única. Este innovador museo digital presenta una serie de salas interactivas donde la luz, el sonido y las proyecciones envolventes transportan al visitante a un mundo completamente diferente. Cada instalación está diseñada para estimular los sentidos, creando un viaje hipnótico a través de imágenes en movimiento, efectos de sonido y estructuras dinámicas. 

Este lugar nos pareció una grandísima idea para ir con nuestro pequeño y así fue. Disfrutó muchísimo y se lo pasó bomba jugando e interactuando. En una de las salas había una piscina de bolas gigante donde no dudamos en sumergirnos. Minutos más tarde nos dimos cuenta de que la mamá había perdido el móvil en algún lugar del museo. En cuanto se lo dijimos a los empleados no dudaron ni un momento y se metieron todos en la piscina de bolas a buscarlo dando por sentado que era allí donde lo perdió y estaban en lo correcto. El móvil fue encontrado y el pequeño susto se pasó rápido.

A pesar de la diversión y la espectacularidad del lugar, la entrada, que no está incluida en las tarjetas turísticas, nos pareció bastante elevada: 55$ por adulto. Se puede adquirir online en https://mercerlabs.com.

Mercer Labs
Mercer Labs

Con esto, dábamos por finalizado nuestro recorrido por el Downtown. Antes de despedirnos por completo de esta zona, nos dirigimos nuevamente a The Oculus para tomar la línea 1 del metro con destino a Times Square. Curiosamente, Times Square fue el primer lugar que visitamos al llegar a Nueva York y, simbólicamente, sería también el último que recorreríamos en nuestra última noche en la ciudad. Sin embargo, hasta ese momento no habíamos podido verla en todo su esplendor nocturno, cuando las miles de luces de neón y las enormes pantallas publicitarias convierten la plaza en un espectáculo de colores, reflejos y movimiento constante, como si la noche nunca cayera del todo. Viajar con un bebé nos había impuesto horarios más restringidos, lo que dificultó disfrutar de la ciudad en su faceta nocturna.

Times Square de noche
Times Square de noche

Salimos a la Novena Avenida para cenar en 5 Napkin Burger, una de las hamburgueserías más famosas de la ciudad. Como el local suele llenarse con facilidad, reservamos mesa con antelación. Pedimos una hamburguesa cada uno, acompañada de cervezas locales. Las hamburguesas están buenas, pero la verdad es que, con la expansión del concepto gourmet, hoy en día se pueden encontrar opciones más elaboradas en muchas otras ciudades, incluida la nuestra, donde este tipo de hamburguesas se han puesto muy de moda. En definitiva, Estados Unidos ya no es necesariamente la referencia en este terreno. En cuanto al precio, dentro de lo esperado: entre las hamburguesas, las bebidas, lo que pedimos para el peque y la propina, la cuenta rondó los 90 $.

Al día siguiente, aprovechamos la mañana para visitar el Museo Americano de Historia Natural. Pensábamos, además, que sería una buena actividad para hacer con nuestro pequeñín. Para llegar, tomamos la línea C del metro, que tiene una parada justo en la puerta del museo, lo cual lo hace muy accesible. La entrada para quienes llevan carrito está en el lateral derecho del edificio, algo a tener en cuenta si vas con un bebé. El precio de la entrada general era de 30$, con la opción de pagar un extra para ver las exposiciones temporales. En esta ocasión, no usamos nuestra tarjeta Go City, ya que la habíamos agotado.

El Museo Americano de Historia Natural abrió sus puertas en 1869 y desde entonces se ha convertido en uno de los museos de ciencias más importantes del mundo. Su colección cuenta con más de 33 millones de especímenes, incluyendo fósiles de dinosaurios, meteoritos, minerales y una de las mejores exhibiciones sobre la evolución humana. Además, el museo ha sido escenario de películas y series, siendo especialmente famoso por la saga Una noche en el museo.

Nos dirigimos directamente a las plantas donde se exhiben los enormes esqueletos de dinosaurios. Estas salas son un lugar donde disfrutan tanto los pequeños como los no tan pequeños, como yo, que crecieron viendo la saga de Jurassic Park. Me encantó reconocer cada uno de los dinosaurios y acordarme todavía de sus nombres, mientras nuestro bebé imitaba con un "grrr" el sonido de los dinosaurios.

Museo Americano de Historia Natural
Museo Americano de Historia Natural

En otras salas, los dioramas de mamíferos en su hábitat natural llaman la atención por su realismo. Sin embargo, a pesar de lo impresionantes que son, me sentía bastante incomodo visitándolo sabiendo que muchos de estos animales fueron obtenidos en expediciones de caza.

Otros puntos interesantes del museo incluyen la réplica a tamaño real de la ballena azul, que cuelga imponente del techo; la espectacular sala del Gilder Center, dedicada a la ciencia y la naturaleza; salas que exploran diversas civilizaciones, como los pueblos indígenas de América, África y Asia; la impresionante colección de piedras preciosas y meteoritos, con el famoso meteorito de Cape York; y, por supuesto, la Rotonda Theodore Roosevelt, el gran hall de entrada donde los esqueletos de un Barosaurio y un Allosaurio parecen congelados en plena batalla.

Museo Americano de Historia Natural
Museo Americano de Historia Natural

Dentro del museo hay un restaurante con precios bastante razonables, donde aprovechamos para recargar energías. Las opciones son muy variadas: pizzas, hamburguesas, sopas, pasta, carne, etc... También existe otro restaurante en la sala Gilder Center, aunque sus precios son considerablemente más elevados.

Tras finalizar nuestra visita, dimos un último paseo por Central Park. Parece increíble que en tan pocos días, el parque haya adoptado unos colores mucho más otoñales. Aprovechamos para pasar junto a la fuente que casi todo el mundo conoce como la “fuente de Friends”. Aunque muchos turistas asocian la Cherry Hill Fountain con la icónica secuencia de apertura de la serie, en realidad la “fuente de Friends”, tal como se ve en el programa, no existe en el parque, ya que la escena del opening fue filmada en un decorado en los estudios de Warner Bros en Los Ángeles, y no en Nueva York.

Central Park
Central Park

Tomamos el autobús M11 en la Novena Avenida para volver a la zona de nuestro hotel. Visitamos algunas tiendas para comprar recuerdos y, finalmente, tuvimos que despedirnos de esta ciudad tan maravillosa, que nos dejó una huella imborrable al ser nuestro primer destino fuera de España con nuestro pequeño trotamundos. Nuestro transfer nos esperaba puntualmente en la puerta del hotel. ¡Hasta luego, Nueva York!


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