Día 10: Bienvenido a la Isla Sur
El 2 de enero de 2014 partimos desde Wellington hacia Picton para comenzar nuestra aventura en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Reservamos el ferry de Interislander con bastante antelación a través de su página web https://www.interislander.co.nz con el transbordo de nuestra caravana incluido. La travesía transcurre por el estrecho de Cook, donde se mezclan las aguas del mar de Tasmania y el océano Pacífico, y el estrecho de Marlborough adentrándose en uno de sus fiordos principales, el Queen Charlotte Sound, hasta llegar a Picton.
Durante las casi 3 horas de trayecto, pudimos disfrutar de paisajes maravillosos. No había mejor forma de comenzar en esta isla en la que nos esperaban lugares espectaculares e increíbles de imaginar. Cuando estábamos en mitad recorrido, se realizó un simulacro de incendio. Al principio no me estaba enterando de nada de lo que sucedía, hasta que poco a poco me fui dando cuenta del contexto de la situación. Me pareció surrealista hasta que lo entendí. Todo quedó en una graciosa anécdota.
Finalmente llegamos a Picton y poníamos los pies en la Isla Sur, la mayor de las islas del país y donde tan solo vive una quinta parte de la población total. Después de realizar las compras oportunas para llenar la caravana de provisiones, pusimos rumbo hacia Motueka pasando por la sinuosa Queen Charlotte Dr que ofrece vistas espectaculares hacia los fiordos de Marlborough. Tardamos cerca de 3 horas hasta llegar a una pequeña área habilitada para caravanas que incluye fregaderos y ducha de agua fría al aire libre.
Día 11: Abel Tasman National Park
Menos de 20 kilómetros separan Motueka de Abel Tasman National Park, un pequeño parque costero de fácil acceso que incluye espectaculares playas de arena dorada.
Al llegar al parking, tuvimos un pequeño accidente con la caravana. La rama de un árbol quiso saludarnos introduciéndose dentro de nuestro vehículo por la luneta trasera mientras dábamos marcha atrás. El estallido del cristal nos asustó y nuestras caras eran todo un trágico poema. Llamamos rápidamente al teléfono que nos habían facilitado en la compañía del alquiler en caso de accidente. Nos transmitieron que teníamos que ir a un taller mecánico de la ciudad de Nelson para que nos cambiaran la luneta. Como pulgarcito, dejamos pistas por los 60 kilómetros que tuvimos que recorrer hasta llegar, dejando una hilera de cristales por nuestro paso. Al contar lo que sucedió a los mecánicos, no pudieron evitar reírse de la situación y bautizaron a mi compañero como el treedriver. Menos mal que fueron rápidos, en menos de una hora estábamos de regreso hacia Abel Tasman.
El Parque Nacional de Abel Tasman se puede explorar de muchísimas maneras. Desde recorrerlo a través de una de las mejores rutas de senderismo del país, a navegar por sus aguas turquesas con kayak, catamarán o taxi-acuático, e incluso sobrevolarlo con un helicóptero. Nosotros optamos por realizar una pequeña parte de la ruta conocida como Abel Tasman Coast Track que se completa entre 3 y 5 días. Queríamos hacer lo correspondiente a la primera etapa, pero la perdida de tiempo que tuvimos por el percance previo nos cambió el chip y nos tomamos el resto del día con calma. Hasta donde llegáramos.
Un sendero transcurre entre montañas y valles cubiertos de musgo y una exuberante vegetación donde abundan los bonitos helechos. Pequeños arroyos cristalinos descienden para unirse al océano entre playas de arena dorada que parecen sacadas de un paraíso tropical. El tiempo nos acompañaba e invitaba incluso a pegarse un pequeño chapuzón. En total hicimos 10 kilómetros contando el camino de retorno y atravesamos 3 playas conocidas como Tinline Bay, Coquille Bay y Apple Tree Bay. Cada cual más bonita que la anterior. Algunas personas tenían la tienda de campaña montada para pasar la noche bajo las estrellas. También es posible alojarse en cabañas reservando con antelación. Si algún día vuelvo a Nueva Zelanda, me encantaría poder realizar la ruta por completo. Me fascinó el lugar.
En el camino de regreso, en el paso por Tinline Bay, decidimos recorrer su extensa duna de arena en lugar de seguir por la ruta. A la ida vimos algunas personas haciendo excursión a caballo por ella y nos apetecía atravesarla a pie. No fue buena idea. La marea había subido y la duna se encontraba algo encharcada, en algunos tramos nos llegamos a ver con el agua por encima de las rodillas. Además, el sol pegaba con fuerza y ya no teníamos la sombra que nos brindaba los árboles. Pero lo peor de todo vino cuando varios pájaros comenzaron a atacarnos por habernos metido en lugar de anidamiento, incluso unas agresivas gaviotas se nos lanzaban apuntándonos con su peligro pico. Nos defendíamos como podíamos agitando los brazos. Una anécdota más que sumaba a este día tan aparatoso.
Al caer la noche volvimos de nuevo a Motueka para pasar la noche en el mismo lugar que el día anterior.
Día 12: Pancake Rocks - Paparoa National Park
Nos dirigíamos hacia la costa oeste por la carretera 6. 270 kilómetros nos separaban de nuestro siguiente destino, Punakaiki. Se trata de un pequeño poblado que se encuentra dentro del Paparoa National Park y que atrae a muchos turistas como parada de paso al encontrarse allí las curiosas Pancake Rocks.
Llegamos a media tarde. Dejamos la caravana en uno de los varios parkings que hay frente a la entrada de las Pancacke Rocks. Un pequeño sendero, con numerosos miradores y apto para cualquier tipo de público, recorre estas curiosas formaciones de piedra caliza que se encuentran en la misma costa. El mar lleva moldeándolas durante más de 30 millones de años. Las rocas de piedra caliza comenzaron a formarse en el fondo del mar, frente a la costa de un grupo de islas bajas, gracias a los fragmentos diminutos de criaturas y plantas marinas muertas que aterrizaron en el lecho marino a unos 2 km por debajo de la superficie. La enorme presión del agua hizo que se solidificaran en capas de piedra caliza más resistente y capas más suaves, delgadas y ricas en lodo. Gradualmente, la acción sísmica levantó la piedra caliza sobre el lecho marino donde el agua, el viento y el rocío de sal erosionaron las capas más blandas creando estas curiosas formaciones con forma de pancake.
Sin duda, una de las cosas más curiosas creada por la naturaleza que he podido ver hasta la fecha. Los días que el que el mar golpea con más fuerza, como era ese día, y en momentos de marea alta, es posible ver en todo su esplendor las blowholes. Se trata de agujeros creados sobre la superficie de cuevas marinas donde las olas entrantes atrapan el aire en la cueva y y éste se comprime, lo que provoca la expulsión de aire y agua hacia arriba por el agujero. Todo un espectáculo de ver.
El Parque Nacional de Paparoa, que protege una zona kárstica de piedra caliza, es mucho más que las Pancacke Rocks. De hecho se expande por el interior hasta llegar a la coordillera de Paparoa. Hay varias rutas de senderismo para poder disfrutar del lugar. Nosotros realizamos el Pororari River Track que parte desde la desembocadura del río Pororari. Hay un parking al comienzo y está señalizado en la carretera. Un sendero de unos 10 kilómetros sigue el río y atraviesa bosques subtropicales con una vegetación tan frondosa que difuminan la luz solar. La ruta se nos complicó cuando nos desviamos del río. El terreno estaba tan fangoso que costaba dar cada paso. Además, la ruta ya no era plana. Finalmente, salimos a un valle donde habían caballos comiendo libremente. Ya solo quedaba seguir el río Punakaiki hasta su desembocadura al mar y volver por el asfalto de la carretera 6.
Aprovechando que el parking donde habíamos dejado la caravana, había un cartel donde indicaba que los vehículos etiquetados como self contained podían pernoctar, nos quedamos allí mismo a hacer noche.
Día 13: Fox Glacier - Gillespies Beach
Tocaba día tranquilo mientras recorríamos los cerca de 250 kilómetros que nos separaban de Fox Glacier. Nos detuvimos a comer en el Lago Mahinapua, un lago de poca profundidad con agradables merenderos y senderos de fácil acceso para conocer el lugar. Una lástima que comenzara a llover.
La lluvia caía con intensidad mientras nos introducíamos en Westland Tai Poutini National Park, un Parque Nacional que abarca parte de los Alpes del Sur y cuyo mayor atractivo son los glaciares de Franz Josef y Fox. Cuando llegamos a la altura de Franz Josef, comenzó a granizar tan fuerte que no nos quedó otra que continuar nuestro camino sin poder detenernos. Según las leyendas maorís, una mujer perdió a su amante tras caer desde uno de los picos de los Alpes y su torrente de lágrimas se congeló creando este glaciar.
20 kilómetros más al sur se encuentra Fox Glacier, otro impresionante glaciar que desciende desde las altas cumbres hasta el bosque templado. La lluvia comenzaba a remitir y nos dirigíamos al centro de información para asegurarnos de que nuestra reserva, para el día siguiente, se había realizado de forma correcta. Nos esperaba una excursión a pie por el glaciar que habíamos reservado a través de la web https://www.foxguides.co.nz y que nos había costado 123$ neozelandeses por persona. La decisión de realizar aquí la excursión y no en Franz Josef fue simplemente porque en éste último ya no se realizan este tipo de trekkings y solo es posible mediante Heli Hike que consiste en un vuelo en helicóptero hasta la cima del glaciar y ahí ya realizar el trekking. Al incluir helicóptero, el precio es bastante elevado. Actualización: actualmente tampoco se puede realizar ya este tipo de trekking en Fox Glacier y solo es posible realizar Heli Hike.
Pasando Flox Glacier, y siguiendo la carretera Cook Flat Road, se llega a una pista de grava que finaliza en la playa de arena negra de Gillespies Beach donde nos fuimos a hacer noche. Durante la fiebre del oro, un buscador llamado Gillespie encontró oro aquí en las arenas negras en abril de 1866. Como resultado, Gillespies Beach llegó a tener una población de 650 habitantes y contaba con dos carnicerías, dos panaderías y 11 tiendas. Actualmente, solo queda el cementerio en el que se encuentran las tumbas de algunos de los mineros. Durante el siglo XX, las dragas de oro trabajaron en las dunas de arena y actualmente queda una abandonada y oxidada.
Día 14: Lago Matheson - Fox Glacier
Día 6 de enero, día de reyes en España. Me acordé mucho de mi familia ese día porque siempre nos gusta celebrarlo juntos. Pero yo estaba lejos, en Nueva Zelanda, descubriendo lugares maravillosos.
Por la mañana fuimos al Lago Matheson. En el camino nos detuvimos varias veces para admirar el paisaje y tomar algunas fotos del glaciar Fox, que se veía imponente desde la carretera. El Lago Matheson era un lugar sagrado para los maoríes, que lo llamaban Te Ara Kairaumati y lo utilizaban como fuente de alimentos como anguilas o aves acuáticas. Aparcamos el coche en el estacionamiento habilitado y cruzamos el puente colgante sobre el río Clearwater, que drena el lago.
El lago está rodeado por un sendero circular de unos 4 kilómetros que se puede recorrer en una hora y media aproximadamente. El sendero es fácil y apto para todos los públicos, y atraviesa un frondoso bosque autóctono de pinos blancos y rojos, linos y helechos. A lo largo del camino hay varios miradores desde donde se pueden contemplar los reflejos de los picos más altos del país: el Monte Cook y el Monte Tasman. El más famoso es el llamado Reflection Island, que ofrece una vista panorámica del lago y las montañas. Tuvimos la suerte de que el día estuviera soleado y despejado, lo que favorecía la creación de un efecto espejo perfecto sobre el agua. Era una imagen tan bella que parecía irreal.
Por la tarde teníamos nuestra excursión a Fox Glacier. Antes de ir nos equiparon con botas, crampones, calcetines gordos, chubasquero y mochila impermeable. Durante la excursión caminamos sobre el hielo del glaciar y nos explicaron muchas cosas interesantes sobre su formación y su evolución. Incluso nos introducimos en el interior de una cueva de hielo azul. Fue una experiencia increíble que nunca olvidaré. Mi primera vez en un glaciar.
Fox Glacier debe su nombre al primer ministro de Nueva Zelanda Sir William Fox, que lo visitó en 1872. Para los maoríes, el glaciar se llama Te Moeka o Tuawe, que significa “la cama de Tuawe”. Según una leyenda, Tuawe era el amante de Hine Hukatere, una mujer que amaba escalar las montañas. Un día, Tuawe cayó desde una cima y murió. Hine Hukatere lloró tanto que sus lágrimas se congelaron y formaron el glaciar Fox. Una leyenda muy similar a la de Franz Josef, incluso se trata de la misma mujer, pero con otro amante.
Cuando el sol se ponía en el horizonte, nos dirigimos hacia las costas de Jackson Bay en busca de un lugar donde pasar la noche. Encontramos una playa acogedora donde ya había un par de caravanas instaladas. Uno de los viajeros hizo una hoguera en la arena y nos invitó a todos a compartir unas cervezas y unas charlas. Era un grupo variado y simpático: había gente de Australia, Polonia y Suiza. Disfrutamos de una velada agradable bajo las estrellas, intercambiando anécdotas y consejos sobre nuestro viaje por Nueva Zelanda.
Día 15: Wanaka
Nuestra ruta por la Isla Sur de Nueva Zelanda nos llevó a Wanaka, una encantadora ciudad situada a orillas del lago del mismo nombre. Wanaka es un destino ideal para los amantes de la naturaleza y la aventura, ya que ofrece numerosas actividades al aire libre tanto en verano como en invierno. Además, es la puerta de entrada al Mount Aspiring National Park, donde se encuentra el pico más alto fuera de los Alpes Neozelandeses.
Comenzamos el día con un clima lluvioso que no nos desanimó a seguir nuestro camino. La carretera que bordea el Parque Nacional Mount Aspiring nos regaló unos paisajes espectaculares de montañas, bosques y ríos. Hicimos una breve parada para ver las Thunder Creek Falls, unas cascadas de 28 metros de altura que caen con fuerza sobre el río Haast. Poco rato paramos pues hacía bastante frío y queríamos llegar pronto a nuestro destino.
Antes de llegar a Wanaka nos detuvimos en un mirador que tenía unas vistas impresionantes del Lago Hawea, uno de los lagos más profundos de Nueva Zelanda. El lago tiene un color azul turquesa que contrasta con el verde de las colinas que se encontraban envueltas en bancos de niebla. Es un lugar perfecto para relajarse y disfrutar de la tranquilidad.
Al llegar a Wanaka la lluvia seguía cayendo sin cesar, por lo tanto, había que inventarse algo hasta que el tiempo mejorara algo. Fuimos a la biblioteca del pueblo para conectar un rato a Internet y conocer qué estaba pasando en el mundo exterior. Las nubes comenzaron a irse y el sol fue saliendo. Aprovechamos para dar una pequeña vuelta por el pueblo, que tiene un ambiente relajado y acogedor. Lo más destacado es su lago, el cuarto más grande de Nueva Zelanda, que tiene una superficie de 192 km² y una profundidad máxima de 311 metros. El lago es un lugar ideal para practicar deportes acuáticos como kayak, paddle surf o vela. También se puede pasear por su orilla o alquilar una bicicleta para recorrer sus alrededores.
En vista de que ya no íbamos a hacer mucho más por las horas que eran decidimos hacer marcha. Primero nos paramos un rato en el Puzzling World, un parque de atracciones que se encuentra a las afueras y que ofrece divertidos juegos y rompecabezas para todas las edades. El parque tiene varias zonas temáticas como el laberinto gigante, las salas ilusorias, el jardín escultórico o la torre inclinada. Es un lugar perfecto para pasar un rato entretenido y desafiar a nuestra mente.
Luego partimos a Queenstown por la The Crown Range road, la carretera más alta de Nueva Zelanda y que ofrece unas vistas panorámicas increíbles. La carretera tiene varias curvas pronunciadas y sube hasta los 1121 metros sobre el nivel del mar. Desde lo alto se puede ver el valle del río Shotover y los lagos Wakatipu y Hayes. Es una ruta escénica que merece la pena hacer con calma y parando en los miradores que hay en el camino. El mirador que se encuentra en la parte más alta de la carretera, nos pareció el lugar perfecto para descansar y hacer noche. Desde allí, mientras el sol se ponía, el lago Wakatipu comenzó a tomar una tonalidad dorada. Parecía totalmente mágica la estampa
Día 16: Queenstown
Nuestra siguiente parada en la Isla Sur de Nueva Zelanda fue Queenstown, una de las ciudades más turísticas y animadas del país. Conocida como la capital mundial de la aventura, Queenstown ofrece una gran variedad de actividades para todos los gustos y edades, desde deportes extremos hasta paseos tranquilos por la naturaleza. Además, tiene un encanto especial por su ubicación a orillas del lago Wakatipu y rodeada de montañas impresionantes.
Dimos una vuelta por la mañana que comenzó en el paseo marítimo, donde se puede disfrutar de unas vistas espectaculares del lago y los picos nevados. El lago Wakatipu es el tercer lago más grande de Nueva Zelanda y tiene una forma alargada y curva que recuerda a un rayo. Según una leyenda maorí, el lago se formó por el cuerpo de un gigante llamado Matau que fue quemado por un héroe mientras dormía. El latido de su corazón todavía se siente en las pequeñas oscilaciones del nivel del agua.
Siguiendo el paseo marítimo llegamos hasta Queenstown Gardens, unos jardines tranquilos donde las personas suelen pasear en bici o practicar un deporte muy curioso que se llama frisbee golf. Consiste en lanzar un disco volador e intentar acertar en unas cestas metálicas distribuidas por el campo. Nosotros no lo practicamos, pero estuvimos mirándolo un rato hasta que entendimos la mecánica del juego. Los jardines también tienen otras atracciones como un estanque con patos, un jardín de rosas y un monumento a Scott y Shackleton, los exploradores antárticos.
De ahí nos metimos dentro del pueblo pasando primero por Williams Cottage, la casa más antigua de allí construida en 1864 por un buscador de oro; luego por la bonita iglesia de St Peter’s Church, que data de 1862 y tiene un estilo gótico; y para terminar, ya que también había hambre, fuimos a la hamburguesería más famosa del país, la Fergburger. Sorprendente la cola que había para pedir, un local pequeñito donde casi todo el mundo se pide la hamburguesa para llevar. En nuestro caso nos pedimos la Big Al (la más grande y completa que había) y nos la tomamos en el puerto mirando al lago. Su fama es bien merecida, a pesar de que me costó terminarla, debido a lo gigantesca que era, estaba buenísima.
Después de este empacho alimenticio, decidimos hacer algo de ejercicio y subir a Bob’s Peak, un monte que ofrece unas vistas panorámicas de Queenstown y el lago Wakatipu. Para llegar a la cima hay dos opciones: la más cómoda y rápida, pero también la más cara, es tomar el Skyline Gondola (un teleférico); la otra opción es hacer el Tiki Trail, un sendero gratuito pero exigente que parte desde la base del teleférico y sube por el bosque hasta el mirador. Nosotros elegimos esta segunda opción, que nos pareció más divertida y ecológica. El sendero tiene una longitud de 1,6 km y una pendiente considerable, lo que supone una hora de subida aproximadamente. El camino está bien señalizado pero es bastante empinado y resbaladizo, sobre todo si ha llovido como fue nuestro caso. Hay que ir con cuidado y llevar calzado adecuado. A pesar del esfuerzo, la subida merece la pena por las vistas que se van abriendo entre los árboles y por la sensación de satisfacción al llegar arriba.
Una vez en la cima, nos quedamos maravillados con las vistas de 360 grados que se tienen desde el mirador. Se puede ver todo Queenstown, el lago Wakatipu y las montañas que lo rodean. Es un lugar perfecto para hacer fotos y disfrutar del paisaje. También hay un restaurante donde nos tomamos unas cervezas para recuperarnos del cansancio de la subida. El restaurante tiene una terraza con vistas y sirve platos variados como pizzas, ensaladas o sopas. También hay una tienda de recuerdos que tiene un precio más bajo que las tiendas del pueblo. Pero lo que más nos llamó la atención fueron las actividades que se pueden hacer en la cima. Hay una especie de karts llamados luge que bajan por unas pistas con curvas y saltos; también se puede hacer puenting desde una plataforma suspendida sobre el vacío; o bajar la montaña en tirolina o en bicicleta de montaña. Nosotros nos quedamos con las ganas de probar alguna de estas actividades, pero ya era tarde y teníamos que seguir nuestro camino.
Así que volvimos a bajar por el Tiki Trail, que cuesta abajo es todavía más resbaladizo y peligroso. Tuvimos algún resbalón pero nada grave. Al llegar abajo nos subimos a nuestra caravana y nos dirigimos hacia Glenorchy, un pequeño pueblo situado a unos 45 km de Queenstown. La carretera que une ambas localidades es una de las más bonitas que hemos visto en Nueva Zelanda, ya que va pegada al lago Wakatipu y ofrece unas vistas impresionantes de las montañas y el agua. Glenorchy es un pueblo tranquilo y pintoresco, famoso por ser escenario de algunas películas como El Señor de los Anillos o Las Crónicas de Narnia. Fuimos al pequeño puerto que tiene donde hay unas vistas preciosas del lago y las montañas; y luego nos tomamos otro par de cervezas en el pub del pueblo, un lugar acogedor y con buen ambiente. Con esto podíamos considerar que habíamos tenido un día completito. Era turno de buscar un sitio donde dejar la caravana para poder dormir. Lo hicimos en la misma carretera de Queenstown-Glenorchy, donde hay sitios muy bonitos pegados al lago para poder pasar la noche.
Día 17: Milford Road
Nuestra siguiente etapa en la Isla Sur de Nueva Zelanda fue Fiordland, la tierra de los fiordos. Se trata de una región geográfica que ocupa el tercio más occidental de Southland y que está dominada por las empinadas laderas de los Alpes del Sur, lagos profundos y valles escarpados inundados por el mar. Fiordland es una zona de gran valor natural que forma parte del Parque Nacional Fiordland, el más grande de Nueva Zelanda con 12.500 km². El parque tiene una vegetación casi virgen, una gran variedad de hábitats y un gran número de plantas endémicas y animales amenazados.
Para llegar a Fiordland hay que recorrer un buen camino desde Queenstown, así que hay que tomárselo con calma y disfrutar del paisaje. Una vez llegamos a Te Anau, el principal centro de servicios de la zona, nos adentramos en la carretera más espectacular de todo el país: Milford Road. Esta carretera tiene 120 km de longitud y une Te Anau con Milford Sound, el fiordo más famoso y visitado de Fiordland. La carretera atraviesa paisajes impresionantes de montañas, bosques, lagos y cascadas. Hay muchos puntos señalizados donde parar y admirar las vistas o hacer alguna caminata corta. En nuestro caso paramos en Glade Wharf, el lugar donde empieza el Milford Track, uno de los senderos más famosos del mundo que dura 4 días; un mirador que daba a Eglinton Valley, un valle glaciar con prados verdes y montañas escarpadas; Mirror Lake, un pequeño lago que refleja las montañas como un espejo cuando el agua está en calma; Chasm Walk, una pasarela que cruza un cañón por donde fluye el río Cleddau con fuerza; y varios miradores más.
Una vez llegamos al final de la carretera buscamos el Milford Lodge, puesto que al día siguiente teníamos reservado un paseo en kayak por Milford Sound y ese era el lugar de encuentro. En vista de que buscábamos alojamiento preguntamos para quedarnos en el Milford Lodge pero estaba completo. Al final nos ofrecieron servicio de duchas, cocina y resto de cosas que estuvieran dentro del lodge por 8 dólares pero sin poder dormir allí. Nos pareció una buena opción así que aceptamos. Luego nos fuimos a dormir al parking que se encuentra al final de la carretera donde vimos varias caravanas más. Era un lugar tranquilo y seguro donde pasar la noche antes de nuestra aventura en kayak por el fiordo.
Día 18: Milford Sound
Una de las experiencias más esperadas de nuestro viaje a Nueva Zelanda era nuestra excursión en kayak por Milford Sound. Milford Sound es un fiordo de 15 km de longitud que se abre al mar de Tasmania y que está rodeado de acantilados verticales que superan los 1000 metros de altura. Es uno de los lugares más emblemáticos y bellos de Nueva Zelanda y fue descrito por Rudyard Kipling, escritor del El Libro de la Selva, como la octava maravilla del mundo. En sus aguas se pueden ver focas, delfines y pingüinos; y en sus paredes rocosas caen cascadas espectaculares.
Cuenta la leyenda maorí que Tu-te-raki-whanoa, que era mitad hombre y mitad dios, talló los fiordos de la costa con su hacha de hielo Te-Hamo. Poco a poco fue perfeccionando su técnica hasta que llegó a Piopiotahi (Milford Sound), culminando su obra con el fiordo más bello de la Tierra. Como premio, los dioses le despojaron de su parte humana para convertirlo en un dios.
Hay varias formas de visitar Milford Sound, como por ejemplo en avioneta, en barco o en kayak. Nosotros elegimos esta última opción porque nos parecía la que nos permitía tener una perspectiva diferente del fiordo desde el nivel del agua. Además, nos encanta el kayak y nos apetecía hacer algo de ejercicio. La reserva nos salió a 145 dólares neozelandeses por persona en https://www.realnz.com, una de las empresas que ofrecen este servicio. Otras opciones son Rosco’s Milford Kayaks o Southern Discoveries.
Tras recogernos en el lodge, nos llevaron al lugar de salida del kayak. Allí nos dieron todo el equipo necesario: chaleco salvavidas, traje impermeable, remo, etc... También nos dieron unas instrucciones básicas para saber manejar el kayak y cómo actuar en caso de emergencia. Los kayaks eran dobles, así que nos repartimos en parejas. Hacía un día muy soleado y con toda la ropa que nos dieron yo estaba pasando un poco de calor.
El paseo en kayak fue una experiencia increíble e inolvidable para bien y para mal. Y ahora lo entenderéis. Nuestra guía era muy simpática y nos fue explicando distintas cosas sobre los fiordos y los lugares que íbamos viendo. El agua estaba muy tranquila y se podía remar sin dificultad. Lo más impresionante era ver las montañas desde abajo y sentirse pequeño ante tanta belleza. Cuando llevábamos más de la mitad del recorrido tuve un percance, y es que con el calor y que la ropa me estaba apretando bastante fuerte en la boca del estómago impidiéndome respirar bien, me dio un golpe de mareo que nos obligó a parar en una pequeña playa del fiordo. Tras ver que no se me pasaba decidimos que me volvía con otro grupo que había salido un cuarto de hora antes que nosotros y estaba de regreso. Me dio muchísima rabia pero todo valió la pena porque las vistas a pie de agua las tendré siempre grabadas en la retina. Ahora ya sé por qué se dice que Milford Sound es la octava maravilla del mundo.
Después de nuestra aventura en kayak, tocaba volver por la Milford Road. En esta ocasión nos paramos a la salida del túnel de Homer, un túnel de 1,2 km que atraviesa la montaña y está señalizado con el único semáforo de la carretera. El túnel fue construido entre 1935 y 1954 para facilitar el acceso a Milford Sound. También intentamos ir a Lake Marian viendo que ponía que estaba a un par de kilómetros, pero cuando avanzamos un poco más, un cartel indicaba que estaba a 2 horas marchando por un sendero. En vistas de que iba siendo tarde, y estábamos cansados, decidimos no ir. Y como no, nos paramos por todos los miradores que pudimos.
En Te Anau nos paramos a recargar la caravana de comida y tomarnos un par de cervezas en uno de los pubs del pueblo. Tras esto, pusimos rumbo a Manapouri para hacer noche en un camping por 17$ por persona.
Día 19: Doubtful Sound – Monkey Island
Otro de los días más emocionantes de nuestro viaje fue nuestra visita a Doubtful Sound. Se trata de otro de los fiordos de Fiordland, una región geográfica que alberga algunos de los paisajes más impresionantes del país. Doubtful Sound es el segundo fiordo más largo y el más profundo de Nueva Zelanda, con 40 km de longitud y hasta 421 metros de profundidad. A diferencia de Milford Sound, que es más famoso y accesible por carretera, Doubtful Sound es más remoto y salvaje, y solo se puede llegar a él mediante una excursión en barco que incluye un traslado en autobús y un cruce en ferry por el lago Manapouri.
Teníamos reservado un tour en barco por 245 dólares en www.realnz.com, una de las empresas que ofrecen este servicio. La excursión comenzaba en el lago Manapouri, el segundo lago más profundo de Nueva Zelanda y uno de los más bellos. Allí tomamos un ferry que nos llevó hasta el otro lado del lago, donde nos esperaba un autobús que nos trasladó hasta el comienzo del fiordo. El trayecto en autobús fue muy interesante, ya que pasamos por el túnel de Wilmot Pass, una obra de ingeniería que atraviesa la montaña y que se construyó para facilitar el acceso a la central hidroeléctrica subterránea de Manapouri, la mayor de Nueva Zelanda
Una vez llegamos al fiordo, nos subimos al barco que nos iba a llevar por sus aguas tranquilas y cristalinas. El crucero en barco duró unas tres horas y fue una experiencia maravillosa. El capitán nos iba comentando todo sobre el fiordo y su vida animal, nos indicaba cuando podíamos ver delfines, pingüinos o leones marinos, que se encontraban sobre los islotes Nee. El paisaje era espectacular, con acantilados cubiertos de vegetación, cascadas que caían desde las alturas y montañas que se reflejaban en el agua. El barco recorrió todo el fiordo hasta llegar a las aguas abiertas del mar de Tasmania, donde se podía sentir la fuerza del oleaje. A la vuelta, el capitán paró el barco y pidió silencio para que pudiéramos escuchar los sonidos de Doubtful Sound, un momento mágico que nos hizo conectar con la naturaleza.
Después de nuestra aventura en barco, tocaba volver por el mismo camino: autobús hasta el lago Manapouri y ferry hasta el punto de partida. Antes de volver a cruzar el lago, nos incluyeron una rápida visita a la central hidroeléctrica subterránea de Manapouri, donde nos explicaron cómo funciona y cómo aprovecha la energía del agua para generar electricidad. Fue una visita muy interesante y educativa. Luego volvimos a cruzar el lago Manapouri, disfrutando de sus vistas y su tranquilidad. Fue un día inolvidable en uno de los lugares más hermosos y remotos del mundo.
Y tras visitar los fiordos de Milford Sound y Doubtful Sound, era hora de abandonar Fiordland y poner rumbo al sur del país. Para ello, cogimos la Southern Scenic Route, una carretera turística que une Queenstown con Dunedin pasando por algunos de los paisajes más bellos y variados de Nueva Zelanda. La ruta tiene unos 600 km de longitud y está llena de atractivos naturales y culturales, como lagos, cascadas, bosques, playas, cuevas, faros y pueblos con encanto.
Seguimos la carretera hasta llegar al puente colgante de Clifden, un puente histórico construido en 1899 que cruza el río Waiau. El puente tiene 111 metros de longitud y es el puente colgante más largo que queda en Nueva Zelanda. Nuestra siguiente parada fue el lago Hauroko, que tiene fama por ser el lago más profundo de Nueva Zelanda con 462 metros de profundidad. El lago tiene un color azul oscuro y está situado en un valle rodeado de montañas cubiertas de vegetación. El lago es un lugar tranquilo y poco visitado, ideal para relajarse y disfrutar de la naturaleza. Desde el lago se puede hacer una caminata hasta el río Wairaurahiri o tomar un barco hasta la desembocadura del río en el mar de Tasmania.
Buscando un lugar para dormir, llegamos a una playa en la que nos quedamos porque me hizo gracia el nombre: se llamaba Monkey Island (igual que mi videojuego favorito de la infancia). El sitio era bonito pero nos llamó un par de cosas la atención: lo primero la señal de peligro de tsunami (luego descubrimos que esta señal está puesta en todas las playas del sur) y lo segundo era que parecía un campamento gitano. Habían varias personas viviendo en caravanas que parecían abandonadas, pero tenían pinta de ser personas pacíficas (como todos los habitantes del país) y no hubo ningún problema en quedarnos a hacer noche.
Día 20: Invercagill y comienzo de los Catlins
El día siguiente salió lluvioso, pero eso no nos impidió seguir disfrutando de la Southern Scenic Route. Hicimos dos paradas antes de llegar a Invercargill, la ciudad más grande de la región. La primera fue en Calac Bay, una bahía tranquila y pintoresca. La segunda fue en la pequeña playa de Riverton que se llamaba Taramea Bay y que es popular por ser una buena zona de surf.
Invercargill es la ciudad más grande de Southland y la más meridional de Nueva Zelanda. No es una ciudad muy turística, pero tiene algunos lugares interesantes para visitar, como el parque de Queens Park, que tiene un jardín botánico, un aviario, un museo y un castillo infantil inspirado en varios cuentos; el Museo del Transporte y la Tecnología (Bill Richardson Transport World), que tiene una impresionante colección de vehículos antiguos; o el Museo del Motociclismo Clásico (Classic Motorcycle Mecca), que tiene más de 300 motos históricas. Invercargill también es un buen lugar para parar a comer y recargar gasolina antes de seguir con la ruta.
Teníamos la duda de si ir hacia Bluff o comenzar con la región de los Catlins. Bluff es el lugar desde donde se puede tomar un ferry a Stewart Island, una isla natural y tranquila donde se puede ver el kiwi, el ave nacional de Nueva Zelanda. Finalmente, decidimos comenzar con los Catlins, pues considerábamos que Bluff solo nos sería útil si queríamos cruzar a Stewart Island. Hicimos bien porque los Catlins merece la pena verlo con calma.
Los Catlins es una zona costera que se extiende entre Invercargill y Dunedin y que tiene algunos de los paisajes más impresionantes y variados de Nueva Zelanda. Los Catlins tiene bosques nativos, cascadas, lagos, cuevas, faros y playas donde se puede ver una gran variedad de vida silvestre, como focas, leones marinos, delfines, pingüinos y albatros. Los Catlins también tiene una rica historia cultural y natural, con restos de asentamientos maoríes y europeos y fósiles de árboles jurásicos.
La lluvia comenzó a desaparecer y el viento era el protagonista, un viento que ya no nos dejó hasta irnos del país. Para visitar cada punto de la región de los Catlins hay que continuar por la Southern Scenic Route y una vez llegas a Fortrose ir parando en cada lugar indicado. Nuestra primera parada fue en Waipapa Point, un promontorio rocoso en la costa sur del estrecho de Foveaux. Allí pudimos ver el faro de Waipapa Point, que se construyó en 1884 después del naufragio del vapor Tararua, uno de los peores desastres marítimos de Nueva Zelanda. También pudimos ver un león marino macho descansando en la playa. Fue la primera vez que vimos uno de estos animales viviendo en libertad. Los leones marinos son una especie amenazada que se puede encontrar en algunas playas de los Catlins. Son animales grandes y fuertes que pueden ser agresivos si se sienten amenazados, por lo que hay que mantener una distancia prudente.
El siguiente lugar fue en Slope Point, que es el punto más al sur de la Isla Sur. Para llegar allí hay que caminar unos 20 minutos por un sendero que finaliza en una señal que indica las distancias a varias ciudades del mundo. Esta señal seguramente sea la más fotografiada de Nueva Zelanda. Desde Slope Point se puede ver el mar y las olas rompiendo contra las rocas. El viento es muy fuerte y hace que los árboles crezcan inclinados.
La tercera parada, y última antes de ir a buscar lugar para dormir, fue en Curio Bay, donde se puede ver un bosque fosilizado del jurásico y donde, además, habitan pingüinos ojigualdos. El bosque fosilizado es una formación rocosa que conserva las huellas de los troncos y las raíces de los árboles que crecieron hace unos 180 millones de años. Se puede apreciar mejor cuando la marea está baja. Es uno de los pocos lugares del mundo donde se puede ver este tipo de fósiles tan bien conservados. Los pingüinos ojigualdos son una especie endémica de Nueva Zelanda. Se caracterizan por tener una cresta amarilla en la cabeza y unos ojos del mismo color. Se pueden ver en Curio Bay al atardecer cuando vuelven a la playa después de estar todo el día en el agua buscando comida. Fue también la primera vez que vimos un pingüino viviendo en libertad, aunque cuestan verlos.
Tras esta primera toma de contacto con los Catlins, fuimos a dormir en un pequeño descampado que había en Waiakawa, un pueblo rural cerca de Curio Bay.
Día 21: Los Catlins - Dunedin
El día amaneció con una fuerte lluvia que no cesaba, acompañada de granizo que hacía imposible salir al exterior. No nos quedó más remedio que quedarnos en la caravana y esperar a que escampara. Por fin, el cielo se despejó y el sol brilló con fuerza, mostrando el clima tan cambiante que caracteriza a Nueva Zelanda. Solo había que tener paciencia.
Tocaba rematar la región de los Catlins y nuestra primera parada del día fue en McLean Falls, donde el agua corría con muchísima fuerza debido a la lluvia que había caído. Para llegar a esta impresionante cascada hay que recorrer un sendero de 20 minutos repleto de helechos y, en nuestro caso, con el terreno embarrado.
Muy cerquita de estas casacadas se encuentra Cathedral Caves (no confundir con la famosa Cathedral Cove de la península de Coromandel). Aquí no paramos por una sencilla razón, solo es accesible durante 2 horas en bajamar por lo que nuestro planning no nos lo permitía. En su página web https://www.cathedralcaves.co.nz viene toda la información. Las Cathedral Caves son una serie de cuevas marinas que se encuentran sobre la costa.
Nuestro siguiente punto fue Purakanui Falls, con previa parada en un maravilloso mirador con vistas a Tautuku Bay que venía señalizado como Florence Hill Lookout. De nuevo tocaba recorrer un sendero de 20 minutos por un sombrío bosque de totaras y helechos hasta llegar a unas cascadas escalonadas muy atractivas visualmente y aún más tras el torrente de agua que descargaba debido a la tormenta.
Antes de llegar a Nugget Point, nos detuvimos brevemente en el mirador de Florence Hill que daba a Tautuku Bay. Nugget Point es una parada obligatoria en los Catlins. Un sendero lleva hasta un faro que avisa de los numerosos islotes rocosos verticales que son golpeados por fuertes olas continuamente. El recorrido es de apenas 100 metros, pero sus vistas vertiginosas al océano, con leones marinos reposando sobre sus rocas, merece mucho la pena.
Por último, paramos en Kaka Point, considerado el lugar de salida de los Catlins. Una pequeña localidad bordea una bonita playa en la que se realizan numerosos deportes acuáticos. Si te gusta el riesgo, este es tu lugar.
Era medio día y nos dirigimos a Dunedin. Previamente paramos a comer en el lago Waihola. Fuimos directos a la Península de Otago donde se encuentra la única colonia de albatros reales del mundo amarrada a tierra firme en el Royal Albatross Centre. Se puede optar por pagar la entrada y ver el centro o simplemente quedarte fuera y verlos volar en el aire bajo las fuertes rachas de viento como hicimos nosotros. Dando una vuelta por los alrededores, vimos varios leones marinos, de hecho los teníamos tan cerca que casi nos tropezamos con uno. A la noche llegamos a Dunedin para dar una pequeña vuelta por la ciudad, buscarnos un lugar donde dejar la caravana y dormir.
Día 22: Moeraki Boulders - Oamaru
Nos levantamos pronto al día siguiente por si el sitio donde habíamos dejado la caravana no era muy legal pues estábamos en plena ciudad, aunque había otra caravana al lado nuestro.
Nos dirigíamos hacia Oamaru, una localidad con un rico patrimonio histórico y cultural, situada en la costa del Pacífico en la región de Otago. Por el camino hicimos algunas paradas interesantes. La primera fue en un área de picnic que daba a una pequeña playa. Allí, emocionado, pude tocar por primera vez el agua del océano Pacífico. Aunque no estoy seguro de si las playas de Abel Tasman están bañadas por el Pacífico o por el mar de Tasmania, por lo que igual era la segunda ocasión en la que lo hacía.
La segunda parada fue en un lugar bastante curioso: las Moeraki Boulders. Se trata de unas formaciones rocosas perfectamente esféricas que se encuentran en la playa de Koekohe. Según cuenta la leyenda, los ancestros del poblado maorí llegaron desde la isla sagrada de Hawaiki a Nueva Zelanda en la canoa Araiteuru en busca de pounamu (una preciosa piedra verde). La canoa naufragó víctima de una tormenta y sus calabazas y batatas que llevaban consigo se convirtieron en piedras al tocar tierra. Así se crearon las Moeraki Boulders. Los científicos, en cambio, señalan que las rocas son formaciones de calcita que tienen unos 65 millones de años de antigüedad. La cristalización de calcio y carbonatos alrededor de partículas cargadas formó gradualmente las rocas en un proceso similar al de las perlas, que demoró cuatro millones de años. La piedra sedimentaria blanda que albergan surgió del lecho marino hace unos 15 millones de años; las olas, el viento y la lluvia las están esculpiendo una a una. Yo no se vosotros, pero yo me quedo con la versión maorí. El paisaje parecía sacado de otro planeta.
Finalmente llegaos a Oamaru. Esta ciudad costera es famosa por albergar dos colonias de pingüinos muy especiales: los pingüinos azules y los pingüinos ojigualdos. Estas aves marinas son muy sensibles al calor y a los depredadores, por lo que solo salen del agua al anochecer, cuando regresan a sus nidos. Por eso, si quieres observarlos, tienes que armarte de paciencia y esperar a que caiga el sol. Nosotros decidimos aprovechar el día para visitar la biblioteca de la ciudad, donde nos informamos sobre la historia y la cultura de Oamaru. A las siete de la tarde, nos dirigimos a Bushy Beach, una playa rocosa donde se encuentra la colonia de pingüinos ojigualdos. El mismo tipo de pingüino que pudimos ver en Curio Bay. Cuando llegamos a la playa, ya había bastante gente esperando a verlos llegar. La verdad es que no tuvimos mucha suerte, porque solo vimos tres pingüinos en una hora. Quizás estaban asustados por el ruido o la presencia humana. Nos decepcionó un poco, pero aún nos quedaba otra oportunidad de ver pingüinos azules.
Los pingüinos azules son las especies de pingüino más pequeñas del mundo. Solo miden unos 40 cm y pesan un kilo. Tienen el plumaje azul oscuro en la parte superior y blanco en la inferior. Son nativos de Australia y Nueva Zelanda, aunque también se han visto en Chile y Namibia. Para ver los pingüinos azules, hay que ir a una zona cercana al puerto de Oamaru, donde hay una reserva natural protegida. El acceso tiene un costo de 24 dólares e incluye una visita guiada que empieza a las nueve de la noche, cuando los pingüinos llegan a sus madrigueras. No se puede entrar antes ni hacer fotos, para no molestar a los animales. Para nosotros era muy tarde, ya que teníamos que buscar un lugar donde pasar la noche con la caravana antes de que se hiciera completamente de noche, por lo que finalmente lo descartamos. Tal vez algún día volvamos a Oamaru y tenga más suerte con estos animalitos
Día 23: Lago Pukaki - Tasman Glacier - Lago Tekapo
Nuestra aventura con la caravana estaba llegando a su fin. Para este día tocaba visitar algunos de los lugares más espectaculares de la isla sur de Nueva Zelanda: los lagos Tekapo y Pukaki. Estos lagos son famosos por el color turquesa de sus aguas, que contrasta con el verde de la vegetación y el blanco de las montañas nevadas. El origen de este color se debe al flúor glaciar que yace en el fondo de las rocas del lago y que reflejan la luz del sol.
Nuestra primera parada fue el lago Pukaki. Situado en la cuenca Mackenzie, es uno de los lagos más bonitos del mundo. Sus vistas son impresionantes con los Alpes del Sur como telón de fondo presididos por el Monte Cook, la montaña más alta de Nueva Zelanda con 3.724 metros de altura. El Monte Cook es un lugar muy popular entre los alpinistas y los amantes de la naturaleza, y también fue escenario de algunas escenas de las películas de El Señor de los Anillos y El Hobbit donde es conocido como Caradhras.
Tras esto, fuimos hacia Tasman Glacier, el glaciar más grande de Nueva Zelanda a pesar de que se derrite a un ritmo anual de 500 metros formando un extenso lago de más de 7 kilómetros que en 1973 no existía. Este glaciar, junto a otros, dio origen al lago Pukaki. El hielo del glaciar al final de su recorrido impresiona por su color grisáceo provocado por la erosión en las partes bajas. Por desgracia, algunos estudios indican que dentro de dos décadas ya no quedará rastro de Tasman Glacier.
Volvimos de nuevo al lago Pukaki para descansar y comer en su zona de picnic. No había mejor lugar para hacerlo. Las vistas eran simplemente bellísimas.
Seguimos nuestra ruta hacia el lago Tekapo, que está a unos 50 km al este del Pukaki. Este lago también tiene un color azul intenso, pero quizás lo más llamativo es la pequeña iglesia que se encuentra en su ribera: la Iglesia del Buen Pastor. Esta iglesia fue construida en 1935 con piedras locales y tiene una ventana tras el altar que enmarca la vista del lago y las montañas. Es un lugar muy fotogénico y romántico, y muchos novios eligen casarse allí. Cerca de la iglesia hay una estatua de bronce de un perro pastor collie, que homenajea a los perros que ayudaron a los primeros colonos a desarrollar la ganadería en la zona. Dimos una vuelta por el lago y luego nos tomamos unas cervezas en un bar cercano.
Ya era hora de buscar un lugar donde pasar la noche. Nuestro destino final era Christchurch, pero como aún nos quedaba bastante camino, decidimos hacer una parada intermedia en una playa de Canterbury Bight. Era nuestra última noche con nuestra casa rodante, así que quisimos despedirnos con unas buenas cervezas belgas.
Día 24: Christchurch
El 16 de enero nos tocaba despedirnos de nuestra caravana, que había sido nuestra casa durante casi un mes. Antes de devolverla, la llevamos a un lavadero para dejarla limpia y reluciente, tanto por fuera como por dentro. Había acumulado mucha suciedad por las diferentes condiciones climáticas y los caminos que habíamos recorrido. Nos dio pena separarnos de ella, pero también estábamos contentos por haber vivido una experiencia tan bonita y diferente. Cogimos un shuttle que nos trasladó hasta nuestro alojamiento en Christchurch: el Haka Lodge. Habíamos reservado una habitación doble con camas separadas y baño compartido por 79$ la noche, a través de la web www.venere.com. El lodge era muy acogedor y moderno, y teníamos acceso a una cocina y un comedor comunes, equipados con TV, DVD, juegos y otros entretenimientos.
Después de instalarnos, salimos a explorar la ciudad. No estábamos muy cerca del centro, así que tomamos un autobús que nos costó 2.5$. Al llegar, nos quedamos impactados por el estado en que se encontraba la ciudad. Sabíamos que Christchurch había sufrido un terremoto muy fuerte en febrero de 2011, que causó 181 muertos y miles de heridos, pero no imaginábamos que todavía se notaran tanto los efectos del desastre. Muchos edificios estaban derrumbados o apuntalados, y otros tenían grietas o agujeros. La catedral anglicana, que era el símbolo de la ciudad, estaba en ruinas, con su torre principal desplomada sobre el suelo. Había un debate sobre si reconstruirla o demolerla definitivamente. Era una imagen muy triste y desoladora.
A pesar de todo, intentamos ver el lado positivo y buscamos algunos lugares que aún conservaban su encanto. Uno de ellos era la calle New Regent Street, una pintoresca calle peatonal con casitas de colores y cafés con terrazas. Otro era Victoria Square, una plaza con una fuente, un puente y dos estatuas: una de la reina Victoria y otra del capitán Cook. También nos gustó pasear por las orillas del río Avon, donde se podían alquilar unas barcas para recorrer el río. El jardín botánico era otro oasis de paz y naturaleza en medio del caos urbano. Y el centro de artes, aunque también estaba afectado por el terremoto, seguía ofreciendo exposiciones y actividades culturales. Para visitar la ciudad fuimos tirando de la Lonely Planet y prácticamente todas las calles que nos indicaba para comer, para ver tiendas o cosas interesantes, estaban todas derrumbadas.
Después de dar una vuelta por la ciudad, nos fuimos a cenar a Cassels & Sons. Pedimos una pizza muy rica por 19$, unas patatas bravas por 7$ y una pinta de cerveza por 9$. La cerveza estaba tan afrutada que no sabía si estaba tomándome una cerveza o un zumo de frutas.
Día 25: Despedida de Nueva Zelanda
Nuestro viaje por Nueva Zelanda estaba llegando a su fin. Solo nos quedaban unas horas para tomar el vuelo de regreso, así que decidimos aprovecharlas para conocer un poco más de Christchurch y visitar su zona más costera. Intentamos ir hacia la playa, hasta que el camino se vio cortado por una autovía, así que retrocedimos y visitamos Charlesworth Reserve. Se trata de una zona de humedales que se recuperó en 2002 después de haber sido rellenada para el pastoreo. Es un lugar muy bonito y tranquilo, donde se pueden ver muchas aves y plantas. Hay un sendero que rodea el humedal y que permite observar la fauna y la flora. También hay un polígono con varios restaurantes, donde paramos a desayunar.
Después de disfrutar de la naturaleza, cogimos un shuttle que nos llevó al aeropuerto por 35$. Era una tarifa plana, así que no importaba la distancia. Finalizaba así nuestro maravilloso viaje después de haber estado casi un mes en lo que es sin duda uno de los países más bonitos del mundo. En el aeropuerto, hicimos los trámites habituales y nos dirigimos a la puerta de embarque. Allí nos llevamos una grata sorpresa: el túnel que conectaba con el avión estaba decorado como si fuera un bosque de Nueva Zelanda, con árboles, pájaros y sonidos de la naturaleza. Era como si el país nos quisiera dar una última despedida, con un toque de magia y encanto. Nos subimos al avión con una sonrisa y una lágrima, pensando en todo lo que habíamos vivido y aprendido en este viaje maravilloso.
Regístrate para comentar