Me quedé enamorado de Quebec. Una ciudad preciosa que mantiene su pasado medieval intacto dotándola de un encanto especial. Allí estuve poco más de un día y medio en verano del 2010 y, la verdad, que para ser Canadá, cualquiera diría que hacía más de 30º. Creo que tuve la suerte de coger la semana más calurosa de sus pocas semanas de verano.
Al llegar a la ciudad, nos dieron una pequeña vuelta en autobús mientras nos explicaban un poco de su historia y algunas zonas de Quebec. No me gustó nada la visita guiada, sobre todo porque no bajamos del autobús. El único lugar donde pusimos pie fue en el Parc des Champs-de-Batalle (Parque de los campos de batalla). En este lugar tuvo lugar la batalla de las llanuras de Abraham, una guerra tan larga que apenas duró 30 minutos y sirvió para que los ingleses se apoderaran la ciudad francesa. Ahora es uno de los pocos parques urbanos de Quebec y en ocasiones es utilizado para hacer conciertos. Con la llegada de las nevadas, es el lugar favorito por los locales para esquiar y jugar con la nieve. Además, posee una exposición de cañones.
Durante la ruta nos enseñaron la zona de las facultades y el Parlamento que es uno de los edificios más impresionantes. Finalmente, llegamos a Place d'Armes situado en pleno corazón del Viejo Quebec y de ahí ya nos llevaron a nuestros hoteles. El nuestro era Hotel Universel; bastante lejos del centro histórico, pero que lo compensaba con sus piscinas tropicales en las que me pegué un buen chapuzón antes de ir a dormir.
Al estar bastante lejos del centro, y puesto que empezó a caer una tormenta veraniega bastante considerable, decidimos cenar en un restaurante que nos había aconsejado nuestra guía. Nos había dicho que allí encontraríamos las hamburguesas más buenas de toda Canadá. El restaurante se llamaba Restaurant Chez Victor y estaba localizado en un edificio con forma de triángulo a escasos metros del Hotel.
Al día siguiente, hicimos una pequeña excusión por la mañana que incluía el Cañón de Santa Ana, el Santuario de Santa Ana de Beaupré y las cataratas de Cataratas de Montmorency (las más altas de Quebec de 83 metros de altura). Había ganas de ver un poco de naturaleza en Canadá y el senderismo realizado por el cañón de Santa Ana era de agradecer.
Al mediodía, de vuelta a Quebec. Comimos en el edificio emblema de la ciudad: el Hotel Châteu Frontenac. Este gigantesco castillo, construido en 1892, fue llevado a cabo por la compañía de trenes Canadian Pacific Railway y diseñado por Bruce Price. Crearon varios hoteles de estilo châteu para promover el turismo entre las familias más ricas de Canadá ofreciéndoles alojamiento en cada punto en el que el tren paraba.
Al salir de Châteu Frontenac, (por cierto, excelente buffet, comí de maravilla), nos dejaron la tarde libre para visitar el centro histórico. Lo primero que llamaba la atención era precisamente que los habitantes de la ciudad iban disfrazados de medievales pues justamente coincidíamos en fiestas locales. Por lo tanto, el conjunto de casco antiguo medieval junto a las personas vestidas de la época era genial. También llamaba mucho la atención la gran cantidad de artistas callejeros que había. Y es que Quebec es la cuna del Cirque du Soleil. Que arte que tienen, te quedabas mirando lo que hacían con mucho gusto.
La mejor manera de ver el Viejo Quebec es callejear sus calles, todas son encantadoras, el centro histórico está dividido en dos partes: La Ciudad Alta (que está amurallada) y la Ciudad Baja, que se encuentran unidas por un funicular. Pero merece la pena bajar sus numerosos escalones para pasar de un lado a otro. El Viejo Quebec data del siglo XVIII y está completamente amurallado. De hecho creo que es la única ciudad amurallada de Norteamérica. Está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1985.
Fuimos a su calle principal es Rue du Petit-Champlain. Una calle muy pintorescas llena de tiendecitas. En esta zona hay espectaculares street art. Desde 1999 hasta 2008 aparecieron en la ciudad canadiense una serie de pinturas al fresco en las fachadas de alguna casa que han terminado convirtiéndose en un atractivo turístico para la ciudad. Estos murales se realizaron para conmemorar los 400 años de la ciudad y en ellos se representa su historia. También es recomendable pasear por Terrasse Dufferin, un paseo que comienza desde Châteu Frontenac. Es bastante agradable. Nosotros nos sentamos un rato a descansar allí. Suelen haber músicos urbanos tocando y, además, es un buen lugar para ver el río San Lorenzo y tomar alguna foto de Châteu Frontenac.
Por la noche fuimos a despedir Quebec a lo grande. ¿Qué mejor manera que ver el Cirque du Soleil? Nos comentaron que allí, los alumnos recién salidos del circo, realizaban un espectáculo al aire libre todas las noches de forma gratuita. Fuimos sin esperar gran cosa, pero todo lo contrario. Fue un espectáculo impresionante. Hasta la fecha, nunca había visto el Circo del Sol.
De esta bonita manera despedí Quebec. Con un precioso espectáculo que se me quedó grabado, en medio de una ciudad medieval con la gente vestida de la época... Simplemente me quedé enamorado de Quebec...
Regístrate para comentar