Muy cerca de nuestro hotel teníamos Hudson Yards, un barrio que se ha reinventado y reurbanizado para extender la zona de negocios del Midtown hacia el Oeste. Este ambicioso proyecto, reconocido como el mayor desarrollo inmobiliario privado en la historia de Estados Unidos, ha transformado una antigua zona industrial en un vibrante centro de modernidad y dinamismo, donde se integran innovadoras propuestas arquitectónicas y una oferta cultural variada.
Nos dirigimos a 30 Hudson Yards a primera hora de la mañana. Este edificio es el rascacielos más llamativo y alto del barrio, con 387 metros de altura. Destaca por su diseño vanguardista y su integración de tecnología puntera. Además de ofrecer modernos espacios de oficinas y áreas de entretenimiento, su estructura fue concebida para aprovechar al máximo la luz natural y promover soluciones sostenibles. En su cúspide se encuentra The Edge, nuestra primera visita del día.
Nos presentamos sin haber comprado previamente las entradas. Afortunadamente, no había colas en ese momento, por lo que pudimos adquirirlas rápidamente utilizando nuestra tarjeta Go City, que incluye esta atracción. Si se desea reservar con antelación, se puede hacer a través de la web https://www.edgenyc.com/es, donde el precio de la entrada general parte desde 43,55 $.
Después de superar los habituales controles de seguridad, tomamos el ascensor hasta el piso 100, donde nos esperaba una de las experiencias más impresionantes de Nueva York: The Edge, la terraza al aire libre más alta del hemisferio occidental, situada a 345 metros de altura. Sus imponentes paredes de cristal inclinadas permiten una vista sin obstáculos de la ciudad, mientras que el suelo de vidrio ofrece la emocionante posibilidad de ver directamente el vacío bajo nuestros pies. Fue ahí donde descubrimos el escaso miedo que tiene nuestro peque a las alturas, que no paraba de pasear por el vidrio mirando los coches que veía bajo sus pies. Le divertía muchísimo.
Para los más intrépidos, The Edge ofrece la experiencia City Climb, la actividad de escalada en edificio más alta del mundo. Quienes se atrevan a desafiar su vértigo pueden ascender por el exterior del rascacielos y llegar hasta la cima, disfrutando de una dosis de adrenalina incomparable mientras contemplan la ciudad desde un punto de vista privilegiado, si es que se atreven a mirar.
La panorámica es simplemente espectacular, con el río Hudson, el Empire State y el One World Trade Center formando parte de un paisaje urbano único. Se trata, sin duda, de unas vistas muy distintas en comparación con los observatorios más populares de la ciudad. Pero no por ello son mejores, al menos bajo mi punto de vista. Al estar más apartado y ladeado, algunos de los edificios más emblemáticos quedan parcialmente tapados y lejanos, lo que le resta algo de impacto visual frente a otras opciones más céntricas.
Salimos del rascacielos y rodeamos el edificio. En su base se encuentra el Mercado Little Spain, un multiespacio gastronómico creado por el chef José Andrés junto a los hermanos Ferran y Albert Adrià, donde se puede disfrutar de lo mejor de la cocina española.
Al llegar a la Onceava Avenida, nos encontramos con The Vessel. Diseñado por Thomas Heatherwick Studio e inaugurado en 2019, esta innovadora estructura de Nueva York destaca por su forma de panal, compuesta por 80 plataformas interconectadas por 154 tramos de escaleras con un total de 2,500 escalones. Este mirador, con vistas al río Hudson, se ha convertido en un punto de referencia dentro de Hudson Yards. Sin embargo, a pesar de su atractivo estético, The Vessel ha sido escenario de trágicos episodios. Tras varios suicidios en su interior, se decidió cerrarlo temporalmente en 2021. Esta medida se tomó para garantizar la seguridad y proteger la vida de los visitantes, evidenciando la difícil tarea de equilibrar la innovación arquitectónica con la responsabilidad social y la salud mental. La clausura del monumento generó un debate sobre cómo los espacios públicos pueden implementar medidas preventivas y de seguridad adecuadas. Durante nuestra estancia todavía estaba cerrado y con un enorme pantallón de publicidad que desconozco si es permanente, pero merece la pena visitarlo por fuera igualmente. Volvió a abrir sus puertas un par de semanas después de nuestro viaje y las entradas se pueden comprar en https://www.hudsonyardsnewyork.com/discover/vessel por 10 $.
Desde la misma plaza donde se encuentra The Vessel, emprendimos el camino hacia High Line, un parque lineal elevado que se ha convertido en uno de los espacios más singulares de Nueva York. Construido sobre una antigua vía férrea, se extiende a lo largo de 2,3 km, desde Gansevoort Street hasta la calle 34, atravesando los barrios de Meatpacking District, Chelsea y Hudson Yards.
La historia de High Line es curiosa. En los años 30, la vía se utilizaba para transportar mercancías entre las fábricas y almacenes del oeste de Manhattan. Con la llegada de los camiones, el uso del tren decayó hasta que, en los años 80, la vía quedó completamente abandonada. Fue en los años 90 cuando un grupo de vecinos de Chelsea se unió para rescatar el espacio y convertirlo en un parque, logrando finalmente transformar este vestigio industrial en un símbolo de revitalización urbana. De alguna manera, me recuerda a la historia de los Jardines del Túria en mi ciudad, Valencia.
Inaugurado en 2009, High Line ofrece una combinación única de naturaleza, arte público y bonitas vistas de la ciudad. Su vegetación, que rinde homenaje a las plantas silvestres que colonizaron las vías abandonadas, convive en armonía con murales, esculturas y exposiciones temporales a lo largo del recorrido. Tuvimos la mala suerte de que una gran parte de este parque lineal estaba en restauración, por lo que nos tocó seguir en paralelo por la Decima Avenida.
Llegamos a Chelsea Market, uno de los mercados gastronómicos más famosos de Nueva York. El edificio donde se encuentra tiene un pasado fascinante: antiguamente, fue la fábrica de la compañía Nabisco, donde en 1912 se crearon las famosas galletas Oreo. En los años 90, el espacio fue transformado en un vibrante mercado gastronómico y comercial, conservando su estilo industrial original con techos altos, tuberías a la vista y paredes de ladrillo que evocan su pasado fabril.
Al visitar Chelsea Market en vísperas de Halloween, nos encontramos con una decoración temática que le daba un toque aún más especial. El mercado alberga una enorme variedad de puestos de comida, restaurantes y tiendas especializadas, desde mariscos frescos hasta repostería artesanal, pasando por cocina internacional de distintos rincones del mundo. Además, en las plantas superiores del edificio se encuentran las oficinas de YouTube y, en el edificio colindante, sobre la Novena Avenida, están las oficinas de Google, que incluyen una Google Store donde se pueden comprar dispositivos de la marca y probar sus últimas innovaciones.
Y, aprovechando que era la hora de comer, ¿qué mejor lugar que en uno de sus múltiples restaurantes? Con la gran variedad de opciones era difícil decantarse, pero al final optamos por algún lugar que viéramos cómodo también para nuestro bebé. Optamos por la cadena Friedmans que, por cierto, es perfecta para las personas celíacas, ya que el 99% de su carta está libre de gluten. Comimos los 3 por 95,55 $, incluyendo la propina.
Salimos de Chelsea Market por la Novena Avenida, justo donde se encuentran las oficinas de Google, para explorar los alrededores. Primero, retrocedimos hasta la calle 18, donde se encuentra un bonito mural de Mahatma Gandhi y Madre Teresa de Calcuta, realizado por el artista brasileño Eduardo Kobra, quien ha dejado su sello con este y otros murales igualmente impresionantes repartidos por Nueva York.
A continuación, avanzamos hacia la calle 15, donde nos encontramos con toda una joya arquitectónica de la ciudad: el Oreo Way Skybridge. Los skybridges de Nueva York son pasarelas elevadas que conectan edificios por encima de las calles, ofreciendo una solución arquitectónica tanto funcional como estética. Estas estructuras han sido parte del paisaje urbano desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando fábricas, hospitales y oficinas buscaban formas eficientes de conectar sus edificios sin interferir con el tráfico. Uno de los más emblemáticos es precisamente este, que en su época servía para transportar ingredientes y productos entre los edificios de la fábrica.
Seguimos nuestro agradable paseo hasta llegar a Little Island, un innovador parque flotante construido sobre 132 pilones en forma de tulipán a orillas del río Hudson, en el Pier 55, en el barrio de Chelsea. Diseñado por el arquitecto y diseñador Thomas Heatherwick (creador de The Vessel) e inaugurado en mayo de 2021, este espacio único transformó un antiguo muelle en desuso en un vibrante oasis urbano lleno de naturaleza, arte y entretenimiento.
El Pier 55, donde hoy se encuentra Little Island, tiene un pasado histórico interesante: en este muelle desembarcaron los supervivientes del Titanic rescatados por el RMS Carpathia en 1912. Con el paso del tiempo, el muelle quedó en desuso y finalmente fue demolido para dar paso al proyecto de Little Island, que nació como una iniciativa privada financiada en gran parte por la Fundación Diller-von Furstenberg, en colaboración con la ciudad de Nueva York.
Hoy en día, Little Island ofrece una experiencia única con senderos ondulantes, jardines cuidadosamente diseñados y miradores con espectaculares vistas del Downtown y Hudson Yards. Además, el parque cuenta con un anfiteatro al aire libre llamado The Amph con capacidad para más de 600 personas, donde se celebran espectáculos de música, teatro y danza. También hay zonas de juego para los más pequeños y rincones tranquilos ideales para relajarse. Prácticamente recorrimos cada rincón del parque y nos encantó.
Continuamos nuestra ruta hacia Greenwich Village, un encantador barrio conocido por sus edificios bajos de piedra rojiza y su ambiente bohemio. Aquí, la atmósfera era completamente distinta al bullicio de otras zonas de Nueva York; las calles eran más estrechas, con un trazado irregular y nombres en lugar de números, lo que le daba un aire más europeo. El espíritu de Halloween se hacía notar con numerosas casas decoradas con calabazas, telarañas y figuras espeluznantes en algunos pórticos, lo que hacía aún más especial al paseo. A medida que avanzábamos, disfrutábamos de la tranquilidad del barrio, donde el ritmo frenético de la ciudad parecía desvanecerse, dando paso a un entorno más relajado y acogedor, lleno de cafeterías y pequeños parques que invitaban a hacer una pausa. Y así lo hicimos nosotros, en Bleecker Playground, para que nuestro peque también pudiera disfrutar.
En este barrio se encuentran varios lugares muy populares para los amantes del cine y las series, y no pudimos resistirnos a visitarlos. Nuestra primera parada fue Magnolia Bakery, donde disfrutamos de un dulce en honor a Sexo en Nueva York, ya que este lugar se hizo famoso gracias a la serie. Desde allí, nos dirigimos al apartamento de Carrie Bradshaw, la protagonista interpretada por Sarah Jessica Parker, ubicado en el número 66 de Perry Street. Aunque este escenario forma parte de la ficción, hay que estar atentos, ya que en esta zona residen celebridades como la misma Sarah Jessica Parker, Nicole Kidman o Hugh Jackman.
Continuamos nuestro recorrido hasta la esquina de Grove Street con Bedford Street, uno de los lugares más fotografiados por los fanáticos de Friends. Aquí se encuentra el edificio que, en la serie, albergaba los apartamentos de Mónica y Rachel y de Joey y Chandler. Fue aquí donde una simpática pareja nos invitó a entrar al encantador Grove Court, una comunidad privada situada entre los números 10 y 12 de Grove Street. Desde el exterior ya se puede admirar este pequeño rincón escondido, pero tuvimos la suerte de escuchar de primera mano la historia de sus casas de estilo holandés y cómo eran por dentro.
Para completar la ruta de Friends, pasamos por el número 5 de Morton Street, donde, según la serie, vivía Phoebe Buffay. Imposible estar allí y no recordar su famosa y loca canción Smelly Cat. Sin duda, Greenwich Village es un barrio lleno de magia y referencias televisivas que hacen que cada rincón cobre vida.
Finalizamos nuestro recorrido en Washington Square Park, un parque rodeado de edificios universitarios. Antiguamente, este espacio sirvió como cementerio, y se estima que aún hay hasta 20.000 personas enterradas bajo sus terrenos. Entramos por la entrada suroeste, donde hay varias mesas para jugar al ajedrez y donde vimos algún que otro zumbado esperando oponente que no invitaba mucho a retarle.
El monumento más famoso del parque es el Arco de Washington, que originalmente fue una estructura temporal de madera y yeso, construida en 1889 para conmemorar el centenario de la investidura de George Washington. Su impacto fue tan positivo que en 1892 se erigió una versión permanente en mármol, de 23 metros de altura, inspirada en el Arco de Triunfo de París. El arco cuenta con esculturas de Washington en dos momentos clave de su vida: como comandante en jefe y como presidente.
Desde aquí tomamos la línea E de metro para volver a nuestro hotel y reponer fuerzas tras este largo recorrido.
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