Abandonábamos Santiago para ir a A Coruña. El camino más directo no es siempre el mejor, ya que entre ambas ciudades hay menos de una hora en coche. En ocasiones, si te sales de esa ruta, acabas descubriendo lugares impresionantes. Y así fue como lo hicimos, decidimos recorrer la escarpada Costa da Morte para llegar a nuestro destino. Una costa embravecida llena de leyendas y naufragios.
Ponte Maceira
Camino hacia Finisterre, a unos escasos 20 kilómetros de Santiago se encuentra la pequeña y preciosa aldea de Ponte Maceira. Pertenece a la parroquia de Portor del municipio de Negreira. Además, es paso obligado en la prolongación del Camino de Santiago hacia Finisterre. Recientemente, fue incluido en la lista de Los Pueblos Más Bonitos de España.
Cuando llegamos, había un pequeño atasco de coches. Algo raro para un pueblo con apenas 60 habitantes. El motivo es que se estaba celebrando un acto gastronómico para promocionar el Xacobeo 2021 y una treintena de famosos cocineros, entre ellos Jordi Cruz y Martín Berasategui, estaban allí. Aprovechamos que todo el pueblo estaba reunido en el mismo punto para visitar Ponte Maceira prácticamente solos.
El pueblo está dividido por el río Tambre y sobre él está el elemento más representativo de la aldea; A Ponte Vella. Este precioso puente de piedra románico con origen en el siglo XIII consta de 5 arcos de sillería de distintas alturas siendo el central de estilo ojival y el más grande. Antaño era el único paso del Tambre en bastantes kilómetros. Está construido sobre un antiguo puente del que cuenta la leyenda que, tras morir el Apóstol Santiago, sus discípulos corrían huyendo de los romanos buscando lugar para darle sepultura. Cuando estos terminaron de cruzar el puente y los romanos se encontraban sobre él, el puente se vino milagrosamente abajo.
Sobre el río hay construido un azud de unos dos metros de desnivel en el que se encuentran dos antiguos molinos de agua. El entorno natural es realmente bonito. Estuvimos un largo rato haciendo fotos desde todas las perspectivas. En el pueblo, además, se encuentra la ermita de San Blas del siglo XVIII, el moderno Pazo de Baladrón del siglo XIX (de propiedad privada) y un restaurante construido sobre un antiguo molino.
La visita a Ponte Maceira nos llevó una hora. Es muy pequeñito, pero con muchísimo encanto gracias a su entorno en el río Tambre y su espectacular puente.
Finisterre
Llegábamos a Finisterre (o Fisterra en gallego), lugar de mitos y leyendas. Los romanos encontraron en el Monte del Cabo de Finisterre el Ara Soris, un santuario dedicado al sol que años más tarde el Apóstol Santiago se encargaría de destruir. Desde allí, el sol se escondía por última vez cada día en la inmensidad del océano atlántico; no había tierra más allá, por eso lo bautizaron como Finis Terrae (Fin de la Tierra).
Paramos en el Restaurante Asador San Roque para comer. Pedimos unos percebes que no los habíamos probado en la vida, un chuletón de vaca gallega de 1250 gramos, un par de cervezas y unos cafés. Todo a compartir. Nos tuvieron que explicar como se comían los percebes porque no teníamos ni idea, pero una vez aprendes, se comen como pipas y son muy sabrosos. Con el chuletón disfrutamos mucho, estaba buenísimo y en el punto perfecto. Eso sí, no logramos terminarlo del todo, pero por poco. Además, tuvimos un muy buen trato y en todo momento pendientes de nosotros. En total salimos por 84.80€ siendo el precio del chuletón 60€ el cual lo cobran al peso.
Al lado del restaurante se encuentra la Playa Langosteira, una preciosa playa de arena blanca y fina con casi 2 kilómetros de longitud. El agua es de color turquesa, cristalina y tranquila; resguardada del fuerte viento y oleaje de la Costa da Morte por la ría de Corcubión. Bajamos a ella a dar un pequeño paseo, jamás había visto tantas conchas y caracolas en una playa, su orilla estaba repleta. Nos encantó esta playa.
Continuábamos nuestro camino hacia el famoso faro, el que siempre se ha dicho que se encuentra en el punto más occidental de Europa; aunque eso es mentira ya que es el del Cabo de Touriñán en Muxía. Cada vez había más detalles con referencia al peregrinaje. Son muchos los peregrinos que deciden prolongar el Camino de Santiago durante otras 4 etapas hasta Finisterre, seducidos por llegar hasta el fin del antiguo mundo y conocer el lugar por el que entraron los discípulos de Santiago con el cuerpo del Apóstol para darle sepultura. Un poco antes de llegar se encuentra la señal del Kilómetro 0 del Camino, una de las más fotografiadas con el faro y el océano como telón de fondo.
El faro, con base octogonal, fue construido en 1853 y se sitúa a 143 metros sobre el nivel del mar proyectando su luz más allá de las 23 millas náuticas. Pero esto no fue suficiente en su momento ya que tuvieron que agregar en 1888 dos bocinas, conocidas como "la Vaca de Fisterra", que funcionaron de manera ininterrumpida los días de niebla durante 110 años y que se podían escuchar hasta 25 millas mar adentro. A pesar de todo, ha habido naufragios, siendo el más conocido el del buque de guerra HMS Captain en el que perdieron la vida 482 tripulantes en 1870.
Un poco más allá del faro, está el mirador con vistas al infinito. En él se encuentra el mayor homenajes al peregrino que finaliza en estas tierras: la Bota del Peregrino. Se trata de una bota en bronce a tamaño real sobre una roca del cabo. Este homenaje hace referencia a la tradición de que al terminar el Camino, el peregrino quema su ropa y deja sus botas como símbolo de deshacerse de todo lo material para comenzar una nueva vida. Este ritual provoca que cada año se tenga que retirar toneladas de basura e incluso ha llegado a provocar algún que otro incendio. Una tradición que igual habría que replantear para que fuera más respetuosa con el medio ambiente.
Estuvimos un largo y tendido rato contemplando el océano, nos transmitía muchísima tranquilidad. Dicen que desde allí se contemplan uno de los mejores atardeceres. Nos hubiera gustado verlo, pero teníamos que seguir nuestro camino. Tendremos que volver para poder disfrutar de ese momento y conocer algo más de Finisterre como su casco antiguo, el Castillo de San Carlos o la Iglesia de Santa María Das Areas.
Muxía
Un poco antes de llegar a Muxía, nos detuvimos en la Iglesia de San Xulián de Moraime. Se trata de un templo románico de siglo XII que antiguamente se integraba a un monasterio y hospital de peregrinos. En su interior hay unas pinturas de los 7 pecados capitales que fueron descubiertas en 1970. Cuando llegamos, había una caseta de turismo abierta al lado, pero no había nadie. La iglesia estaba cerrada y nos tuvimos que conformar con asomarnos por los pequeños ventanales de la puerta.
Según cuenta la historia, Santiago Apóstol estuvo predicando por estas tierras sin mucho éxito. Casi rendido, mientras rezaba en la costa donde ahora está Muxía, apareció una barca de piedra en el mar. En ella se encontraba la Virgen María, que consoló al apóstol y le pidió que volviera a Jerusalén. En ese mismo lugar, donde se encontraba Santiago rezando, se alza ahora el Santuario de la Virgen de la Barca y ese fue nuestro siguiente destino.
El templo barroco del siglo XVI, se encuentra emplazado en las mismas rocas al pie del mar. Se dice que esas rocas son restos de la embarcación de la Virgen y se le atribuyen propiedades curativas y adivinatorias. El lugar está lleno de misticismo y el entorno es espectacular. Un fuerte viento soplaba mientras dábamos una vuelta por los alrededores ya que la iglesia se encontraba cerrada. El faro de Muxía, que no destaca por su belleza, se encuentra unos pocos metros más abajo. Justo en el lado opuesto se encuentra A Ferida, un monumento que no pasa desapercibido de 11 metros de alto que conmemora el fin de la marea negra en el desastre del petrolero Prestige. Su estructura se encuentra partida representando una herida sangrante. Desde este punto parte el sendero que te lleva al Miradoiro do Corpiño que tiene buenas vistas a Muxia, pero no subimos, decidimos ir a otro mirador que estaba mucho más alto.
Abandonábamos el pueblo de Muxia para ir al Monte Facho, en el poblado de Lourido. Por el camino, que a penas son 10 minutos, vimos varias playas preciosas que daban a la Costa da Morte. Desde el mirador, al cual subimos con el coche por un camino en bastante mal estado y por el que no cabían dos vehículos (rezábamos para no cruzarnos con ninguno), hay unas vistas espectaculares de toda la península de Muxia y la Ría de Camariñas. A pesar de que el cielo se estaba empezando a encapotar y a empeorar por instantes, había bastante visibilidad.
Seguimos el camino hacia Camariñas y nos detuvimos en la Praia do Lago, una de las playas más bonitas de la Costa da Morte situada todavía en el municipio de Muxía. El nombre se debe al río homónimo que desemboca de manera tranquila en sus arenas. Está rodeada por naturaleza con un pequeño faro al final de la playa. Estuvimos un rato disfrutando sentados mientras veíamos el vaivén de las olas. Estábamos casi en solitario, solo había un pequeño grupo de jóvenes que se lanzaron al agua sin pensárselo dos veces, debía estar congelada. Comenzaban a caer pequeñas gotas de agua y una espesa niebla empezaba a invadirnos. Tal y como estaba el temporal, abandonamos la idea de ir a el faro de Vilán en Camariñas donde pretendíamos ir a ver el atardecer. Emprendimos rumbo a A Coruña, donde pasaríamos el siguiente día.
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